La extensión de la parcela queda tapizada por una manta de césped, excepto las dos oquedades que genera la brecha de la capilla.
Una plaza nos recibe a la entrada de la rampa y unas pequeñas líneas de arbustos nos indican que es posible que algo suceda a partir de ese momento. Una vez que nos decidimos a cruzar el gran arco de hormigón y comenzamos la bajada por la pendiente, nos escoltan dos alineaciones de árboles —conscientes de la solemnidad del recorrido— hasta el oratorio.